De sándwiches, recuerdos y amor...
"Mainstream", let me talk about it! De food trucks y de ponerme la redecilla como Dios manda, aprendí a mis siete u ocho años, cuando güelo me regaló la mejor experiencia, lo que para mí será siempre su herencia en vida.
Era
la guagüita de sándwichiches de Santos "El Sheriff" la que movía la esquina del bloque 4 en el caserío, la que "by the way" vendía los mejores. Claro el tema de los sándwiches
es mucho más amplio de lo que podría parecer. Que si en el sur son de pan de
agua, bien tostados y el "con todo" es con todo de verdad, mientras
que en la metro, prefieren el pan sobao`, no tan tostados y el "con
todo" es inexistente si te cobran por la ensalada, SAY WHAT? eso no es con
todo. Pero igual eso es harina de otro costal.
Levantarse con el cantar de los gallos, bregar con ellos (por que también era gallero, el tipo), colar café, ajustarse los tirantes, empavonarse de brillantina en el pelo chino que le quedaba y “fumigarse” con "RightGuard", era la rutina antes de ir a la panadería por los sacos de pan y al "frigorífico" a completar las compras y eso era solo el comienzo del día. De ahí a bregar con el pulpo, el carrucho, montar el moledor y darle manigueta como si no hubiera un mañana hasta que estuvieran justo como debían para mantener la calidad de su producto, porque tú sabes "aquí las cosas se hacen bien o no se hacen". Porcionar las carnes, tirarse una siesta (hacerse el dormido pa`asustar a los nietos que llegaban) y en la noche meter mano en la candela.
Levantarse con el cantar de los gallos, bregar con ellos (por que también era gallero, el tipo), colar café, ajustarse los tirantes, empavonarse de brillantina en el pelo chino que le quedaba y “fumigarse” con "RightGuard", era la rutina antes de ir a la panadería por los sacos de pan y al "frigorífico" a completar las compras y eso era solo el comienzo del día. De ahí a bregar con el pulpo, el carrucho, montar el moledor y darle manigueta como si no hubiera un mañana hasta que estuvieran justo como debían para mantener la calidad de su producto, porque tú sabes "aquí las cosas se hacen bien o no se hacen". Porcionar las carnes, tirarse una siesta (hacerse el dormido pa`asustar a los nietos que llegaban) y en la noche meter mano en la candela.
Mi
primera entrevista de trabajo fue informal, pero determinante, tuve que
explicarle a mi patrono por qué quería trabajar en la guagüita y aceptar las
siguientes condiciones: NO usar cuchillo, ni tocar el área caliente, NO le
reiría las gracias a ningún caripelao`, NO jugar con el guía ni con la palanca
de cambios, NO dejar la puerta abierta, NO comer chichle en horas
laborables, NO fiarle a nadie, NO comerle los culitos al pan y ponerme
redecilla antes de entrar a la guagua. Acepté aún tentada por los culitos de
pan y sin negociar el salario que se redujo a sándwiches, cola champagne,
chicles y mucha experiencia.
Recuerdo
con emoción la adrenalina del "rush", el sonido de la carne en la
plancha, los olores y las caras de satisfacción de los clientes al comer. Sabía
que algo se estaba haciendo bien, sin saber a ciencia cierta lo que era. Sabía
que era parte de ello, sin entender cuanto estaba aprendiendo y cuanto me
ayudaría en un futuro. Quería renunciar casi todas las noches cuando el jefe se
ponía intenso con el "rush" y se me olvidaba cuando al final de la
noche y después de dejar todo casi pulcro, me sentaba con el jefe a compartir
un sándwich, una cola champange y a reírnos de los cuentos de la gente. Repasando
mis memorias, no recuerdo haberle agradecido a mi jefe por esa oportunidad y
por haberme enseñado a tan corta edad que el sacrificio y la determinación más
que acción son un estilo de vida.
Cuando llegó la oportunidad de manejar un negocio con mi novio, él se encargaría de la barra y yo de la cocina, la primera referencia que recordé, fue la de abuelo. Reviví de muchas formas las experiencias vividas durante mi niñez en la guagüita y todo el proceso que tenía en la memoria, sobre la preparación. Desde el inicio me propuse hacer todo como recordaba que él lo hacía, no, no fue cáscara e`coco. Creo casi con certeza que me parecí a él en los momentos de rush, porque pa`mandar soy buenísima, ¡ay, ya!, como si lo llevara en la sangre. Imposible pasar por alto el recuerdo de los sábados de sofrito, en ese momento era casi torturante pasar un sábado bajo el mando del dueño de la cocina, eramos casi siempre las mismas tres primas si no se sumaba alguna otra "suertuda", las que hacíamos el arsenal de sofrito para las hijas del sheriff. Como de costumbre todo comenzaba con su buena intención y la visita a la plaza del mercado antes de que saliera el sol. El escogido de los ingredientes era todo un protocolo, cebolla,pimiento, ajo, recao, cilantro y ajíes dulces eran nuestros verdugos. Recuerdo claramente que nos asignaba tareas a cada una y con las palanganas llenas una pelaba ajos, la otra sacaba el cilantro del mazo, mientras la menos agraciada pelaba las cebollas. No había ni chispa gracia en esa mesa, era un proceso riguroso, estructurado y limpio, digno de cualquier producción. Resultaba ser oro molido lo que terminaba en esos "bowls" que se repartían mami y mis tías. Remontarme a ese momento es volver a ver en su rostro la expresión de plenitud al compartir con sus hijas lo que habíamos hecho. Desde que tengo uso de razón hago mi propio sofrito antes de cocinar, me tomo el tiempo justo y necesario para escoger los ingredientes de cualquier cosa que vaya a cocinar, según voy cocinando voy limpiando y detesto ver las cocinas cargadas con cosas que no se usan. Todo eso lo aprendí de él y a su vez de mis tías que también adquirieron sus costumbres.
A este tipazo le
reconozco grandes enseñanzas y el gran valor del esfuerzo y la honradez. Las
anécdotas con él son muchas y van de lo sublime a lo ridículo. Recuerdo claramente
la vez que por seguir sus instrucciones mi hermana y yo salimos trasquilás. Era
un verano y mami nos inscribió en el campamento del residencial donde vivía abuelo
y donde uno de mis primos era líder, confiando en ello y después de escuchar
cada mañana la misma letanía “ustedes se
van SIEMPRE con la líder, no se vayan solas”, una tarde justo al salir se forma
una pelea (ajena al campamento) pa`allá corrió nuestra líder y demás está decir
que nosotras obedientemente pa`allá corrimos también. Ni corto ni perezoso allí
llegó abuelo que desde su balcón veía el revolú, me cogió de una oreja y nos
traía a son de cantaleta histérico y preocupado de que “zafara un tiro y lo
cogiera el más pendejo”, o sea, nosotras. Su cólera fue tanta que se tuvo que
ir a ver con sus propios ojos que estábamos fuera de peligro, exacto, justo lo
que nos dijo que no hiciéramos hizo él. Y así como esa, otras, de las que
aprendimos a no decirle nunca más que estábamos aburridas, porque “en la casa
siempre hay trabajo y él pa`seguida nos encontraría que hacer.”
Podía ser tan ácido como tan dulce y detallista. Pedirle algo era tenerlo seguro y con el mayor amor del mundo. Desde sus consejos de no joder a nadie, pero no dejarme joder por nadie, hasta las mejores sopas de res y recibirnos siempre haciéndose el dormido para reírse a carcajadas al ver nuestras caras de terror. Su arte en la cocina estaba a otros niveles, nunca hizo algo que le quedara malo, nada. Su arte y creatividad también eran extraordinarias, podía arreglar casi cualquier cosa o crearla con algún cachivache que tuviera por allí guardado. Guardar “porquerías” era su hobby y que útil resultaban ser muchas veces esas porquerías. Sólo él y su infinita habilidad para crear sabían para que servirían. Ir un domingo a misa y no verle los rotos de la nariz resoplaos, era casi imposible. Era más lo que nos llamaba la atención que lo que atendía al cura, "nena, quedate quietesita ya", "jodia muchacha que no sabe compoltalse, cuando uno está en misa no está hablando", "nena, mira al cura pol favol, tu eres grandesita ya" y así, cada domingo que coincidíamos en misa. Finalmente a salir de misa nos hacía almuerzo, nos cogíamos una siesta apiñados como sardinas en la misma cama y se le pasaba el mal humor.
Podía ser tan ácido como tan dulce y detallista. Pedirle algo era tenerlo seguro y con el mayor amor del mundo. Desde sus consejos de no joder a nadie, pero no dejarme joder por nadie, hasta las mejores sopas de res y recibirnos siempre haciéndose el dormido para reírse a carcajadas al ver nuestras caras de terror. Su arte en la cocina estaba a otros niveles, nunca hizo algo que le quedara malo, nada. Su arte y creatividad también eran extraordinarias, podía arreglar casi cualquier cosa o crearla con algún cachivache que tuviera por allí guardado. Guardar “porquerías” era su hobby y que útil resultaban ser muchas veces esas porquerías. Sólo él y su infinita habilidad para crear sabían para que servirían. Ir un domingo a misa y no verle los rotos de la nariz resoplaos, era casi imposible. Era más lo que nos llamaba la atención que lo que atendía al cura, "nena, quedate quietesita ya", "jodia muchacha que no sabe compoltalse, cuando uno está en misa no está hablando", "nena, mira al cura pol favol, tu eres grandesita ya" y así, cada domingo que coincidíamos en misa. Finalmente a salir de misa nos hacía almuerzo, nos cogíamos una siesta apiñados como sardinas en la misma cama y se le pasaba el mal humor.
Si algo valoro inmensamente es su tiempo y el que me
enseñara desde pequeña el valor del trabajo y de hacer cada cosa con la mayor
dedicación. Fui siempre admiradora de su capacidad de poner acción a sus palabras,
sus ideas eran un hecho. Eso de comerse la mierda no era para él. Lo que le
faltó en escolaridad le sobró en creatividad. Es un orgullo llevar su apellido,
ser su nieta, amarlo tanto y mantener su recuerdo vivo y latente en el
corazón.
A ti güelo, el regreso a las letras, porque si algo
he aprendido en estos días es a hacer que los momentos cuenten y que los
instantes sean eternos si se viven a plenitud. A ti, porque de ti aprendí que
la palabra es acción y que no estamos pa`perder el tiempo.
Gracias por haber sido, por haber estado y por
seguir estando… ¡Bendición!
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